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Año 2021 - Nº 2

¿Existen límites de normalidad en la sexualidad de adolescentes?

Are there limits of normality in adolescent sexuality?

Artículo de Opinión
Pons, José Enrique (*)

Resumen

Se presentan criterios de normalidad de los órganos sexuales externos y de las conductas sexuales. Se discute la validez de algunas seudo-definiciones que se basan en pautas culturales o preferencias personales y no en datos objetivos, así como la manera en que las mismas influyen en decisiones intervencionistas, ya sea comportamentales o quirúrgicas. La validez del criterio de límites se alinea con reconocimiento de los derechos humanos, pero exige también la complementariedad entre derechos y responsabilidades. Algunas conductas sexuales actuales escapan al respeto a esos derechos, ubicándose dentro de situaciones de abuso, no siempre claramente percibidas por quienes están involucrados, pero en particular transformando a las adolescentes mujeres en más vulnerables. Las sociedades actuales, altamente sexualizadas, banalizan el ejercicio sano, legítimo, de la sexualidad para transformarlo en otro objeto de consumo. Se analizan algunos condicionantes que hacen que estos casos de vulneración de derechos se hayan vuelto más frecuentes y se insiste en que la educación no ha logrado minimizar el impacto de los abusos; sin embargo, es la mejor estrategia, capaz de potenciar recursos cognitivos que faciliten decisiones libres.

Palabras claves: sexualidad; criterios de normalidad; derechos humanos; abuso sexual; vulnerabilidad

Abstract

Standards of normality of the external genitalia are presented, followed by similar criteria for sexual behaviors. The validity of some pseudo-definitions, based on cultural patterns, or personal preferences, and not on objective data is discussed; attention is paid to the way in which they influence some interventionist decisions, either behavioral or surgical. The validity of the criterion of limits is aligned with the recognition of human rights, but it also requires the complementarity between rights and responsibilities. Some current sexual behaviors disrespect these rights, incurring in abuse, not always clearly perceived by those involved, but making adolescent girls more vulnerable. Today's highly sexualized societies trivialize the healthy, legitimate exercise of sexuality to transform it into another consumer object. Some conditioning factors that make these cases of rights violations more frequent are analyzed. Education has failed to minimize the impact of abuse; however, it is the best way of enhancing cognitive resources for achieving truly free decisions.

Key words: sexuality, normality criteria, human rights, sexual abuse, vulnerability

Tipo de artículo: De opinión, fundamentada sobre datos de la literatura especializada.

Justificación

Plantear criterios de normalidad para la sexualidad es uno de los aspectos más espinosos de este tema. ¿Quién puede pretender tener la vara justa para fijar los límites? Sin embargo, reflexionar sobre esto resulta crucial. Quien trabaje con adolescentes, quien pretenda acompañar constructivamente su trayecto por esta etapa fundamental de la vida, no puede desconocerlo.

Acudiendo al diccionario

Normal, según la Real Academia Española (1), admite las siguientes acepciones, todas ellas como adjetivo (solo cito las que aquí interesan):

  1. Dicho de una cosa: Que se halla en su estado natural.
  2. Habitual u ordinario
  3. Que sirve de norma o regla.
  4. Dicho de una cosa: Que, por su naturaleza, forma o magnitud, se ajusta a ciertas normas fijadas de antemano.

La primera acepción parece no dejar dudas. Pero la cuarta señala que el mismo término se aplica a normas fijadas de antemano. Eso significa que se ha aceptado un criterio, el cual no necesariamente será indiscutible, entre otras razones, porque al establecerlos se estará condicionando el propio estado natural. Esto parece expresarse en la tercera acepción, ya que aquello que sirve de norma o regla es una elaboración que, inevitablemente, tendrá visos de arbitrariedad (alguien será “árbitro”).

Según el mismo diccionario, norma es una “regla que se debe seguir o a que se deben ajustar las conductas, tareas, actividades, etc.” Se está estableciendo, entonces, que en algún punto debe fijarse un límite.

Por su parte, límite es una “línea real o imaginaria que separa dos terrenos, dos países, dos territorios”. Se necesitar, precisamente, árbitros que acuerden establecerlos, decidiendo cuál es el punto en que se encuentra el límite. Este personaje es un árbitro; su decisión es “arbitraria” en el buen sentido del término. Pese a ser bueno, surgirán quienes discutan tal laudo. Pese a que la aplicación es especialmente geográfica y geopolítica, la biología no escapa a tales decisiones. Las definiciones de ayer no necesariamente son las de hoy. Y estas últimas con alta probabilidad serán modificadas mañana.

Límites

Ocasionalmente, en las disciplinas médicas y afines, encontramos límites (fronteras), reales o imaginarios, precisos. Un ejemplo que viene al caso: la Organización Mundial de la Salud (OMS) establece que adolescencia es el período etario que se extiende desde los 10 a los 19 años de edad (más precisamente, hasta los 19 años y 364 días, ya que el día en que se cumplen 20 años se ingresa en la edad adulta). (2)

Ese criterio es útil a fines como los epidemiológicos, ya que permite establecer comparaciones entre diversas poblaciones, pero es tan arbitrario como cualquier otro. ¿Qué cambia en un niño o niña de 9 años y 364 días, para que salga de una etapa e ingrese en otra al día siguiente? ¿Qué cambia en un (o una) adolescente de 19 años y 364 días… etc.?

Y sin embargo aceptamos esa arbitrariedad. Resulta un límite útil en varios sentidos. Pero en la práctica se lo soslaya a diario. Así sucede porque en ámbitos diferentes, se admiten otros límites. Los pediatras en Uruguay siguen asistiendo a sus pacientes hasta los 14 años de edad. Los jueces sancionan a un delincuente de 18 años como adulto, aún cuando tenga por delante dos años más de adolescencia para la OMS. Para la ley, de modo tan arbitrario como señalé antes, algo cambia entre los 17 años y 364 días y el día siguiente.

En biología parece más fácil establecer límites. La piel es el límite externo del cuerpo. Diez centímetros por fuera de mi piel ya no es mi cuerpo; ¿10 mm por fuera…; 1 micrón…? No importa cuánto reduzca el criterio de medición. “Allí” se termina mi cuerpo. Si en un accidente perdí parte de mi piel, y aún no la he regenerado, el límite de mi cuerpo se habrá contraído algunos milímetros. Si genero una cicatriz queloide, ese tejido exuberante me pertenecerá; mi límite se habrá expandido algunos milímetros. Alguien que en la vida fetal sufrió el traumatismo de una brida amniótica puede nacer con un miembro de menos. Su límite físico será menor del que potencialmente le correspondería.

Estos rebuscados ejemplos permiten entender mejor algunas de las dificultades en establecer normalidades. Una persona con un miembro de menos es “anormal” y sin embargo también es normal. Dependerá de qué condición de lo humano se esté midiendo. El paso de los años también genera cambios de aptitudes y habilidades. Un joven atleta, que estableció marcas olímpicas, ¿deja de ser normal a los 70 años, cuando ya no puede emular sus logros previos?

Otras normalidades

¿Es más normal la persona descollante, en destrezas físicas o en lo que sea, que el resto de sus pares en edad, que no pueden desarrollar sus mismas habilidades? Si parece que me fui demasiado lejos del tema que me propuse, me detendré en otra comparación: ¿es más normal un (o una) adolescente capaz de tener cuatro o cinco orgasmos en pocas horas, que otro u otra que ni lo hace, ni siente que necesite o quiera hacerlo, después del primero?

Los estudios biológicos establecen, según diferentes investigadores, que la longitud del pene “normal” fláccido es de 8.8 cm (3), 9.16 cm (4) o 10 cm (5) y en erección 12,9 cm (3) ,13,2 cm (4) o 15 cm. (5) La circunferencia en erección es de 11 cm (5) u 11,66 cm (4). Los autores de una de esas investigaciones procuraron establecer límites de la normalidad, según rigurosos criterios estadísticos, fijando un desvío estándar de 1.10. (4) ¿Cuántos pediatras trataron de convencer a un varón adolescente de que es perfectamente normal que su pene en erección mida 13 o 14 cm, o un desvío estándar por debajo? Las estadísticas muestran entre 73,33% (6) y 100% (7) de varones con longitud peneana normal, que consultaron a un especialista quejándose de tener un “pene corto”.

Respecto a los criterios de normalidad de la anatomía de la vulva. ¿Cuántos especialistas son capaces de recordar medidas “normales” de longitud del clítoris, de los labios menores, o de espesor de los labios mayores? Un equipo de investigadores examinó la información sobre morfología genital femenina en 59 textos de anatomía y de ginecología. Ninguno contenía medidas para todas las estructuras vulvares. La longitud vaginal era mencionada en 21 de esos textos (36%), el tamaño del clítoris en 15 (25,5 %) y las dimensiones de los labios menores en 1 (1.7%). En los textos en los que aparecen esas medidas, la misma es en general incorrecta, a juzgar por la información surgida de las más recientes determinaciones rigurosamente obtenidas. (8) Esos autores concluyen que “la carencia general de recursos profesionales significa que los médicos pueden, consciente o inconscientemente, confiar en sus experiencias personales y en la cultura popular para formar sus propias opiniones, en la misma forma en que lo hacen sus pacientes”.

¿Sería excesivo agregar, junto a los médicos, a otros profesionales que son consultados y opinan acerca de estas cuestiones? Psicólogos, consejeros de pareja, sexólogos, sexo-terapeutas, etc. Yo participé en una reunión internacional de especialistas, en la que se discutía la redacción de un librillo informativo sobre higiene genital femenina. La discusión se prolongó hacia los criterios acerca de depilación, cirugía cosmética y varios aspectos más que sería ocioso detallar. Solo me interesa referir algunas de las frases que recogí: “los labios menores muy largos son desagradables” (lo mismo oí para “muy plegados” y “muy pigmentados”). Por supuesto, nadie sabía cuánto era “muy”. Lo mismo sucedió con la abundancia de vello púbico, la apertura de los labios mayores y el volumen de estos (alguien exclamó “regordetes son más hermosos”). Me pregunté si en esa discusión –y confieso la misma ignorancia que el resto acerca de lo normal– estábamos aportando conocimiento real, o nuestras propias preferencias, tanto varones como mujeres presentes (“me gusta”, “prefiero”, y quizás incluso “me excita”, o por el contrario “me desagrada” y calificaciones de similar tenor).

Como antes señalé para las quejas de los varones, la demanda que recibe la casi industria surgida alrededor de la cirugía cosmética genital hace ver que las mujeres se comparan con “algo” y creen que no son normales, o al menos no “tan” normales como desearían. Investigadores británicos trataron de determinar si las presentaciones visuales de la vulva diferían según la fuente, lo cual podría influir en la percepción por parte de mujeres, de su “normalidad” o no. Realizaron un análisis comparativo de tres fuentes: a) figuras de textos de anatomía humana, b) imágenes contenidas en publicaciones feministas, tanto impresas como on-line, c) pornografía on-line en los sitios más visitados y de acceso libre. De ese análisis encontraron que las imágenes de protuberancia labial eran significativamente menores en los sitios pornográficos que en las publicaciones feministas. La variedad (tipos diferentes) de morfología genital era significativamente menor en las imágenes pornográficas que en las otras dos fuentes. (9)

Los autores concluyeron que “las presentaciones visuales de diferentes tipos de morfología genital varían según las fuentes y pueden no reflejar las verdaderas variaciones en la población, por lo cual, las consultas por cirugía genital deberían incluir una discusión acerca de los rangos reales y percibidos de variación en la morfología genital”. Esta recomendación choca con uno o dos obstáculos: las mujeres presentadas en los materiales pornográficos parecen ser capaces de dar y obtener un placer y variedad sexual que muchas espectadoras desearían emular. Pese a la artificialidad de ese material, que no resiste una mínima exigencia de adecuación a la realidad, es de consumo cada vez más frecuente por los varones (que serán quienes comparen) y también por mujeres (quienes no desearán perder en la comparación). La cirugía, para varias, es una solución casi mágica. El segundo obstáculo es la presión de una propaganda que se vuelve cada vez más ostensible. No parece posible dejar de pensar en ética en esta cuestión.

Estas mismas consideraciones condujeron a la Sociedad de Obstetras y Ginecólogos de Canadá a emitir una declaración que establece: “Existe escasa evidencia para sostener que cualquiera de las técnicas de cirugía genital cosmética femenina es efectiva para mejorar la satisfacción sexual o la autoimagen. Los médicos que deciden practicar estos procedimientos cosméticos no deben promoverlos para el mejoramiento de la función sexual y su propaganda debe ser evitada”. Y agrega: “los médicos que asisten adolescentes que solicitan cirugía cosmética genital femenina deben tener competencia en consejería. Esos procedimientos no deben ser ofrecidos hasta la completa madurez, incluyendo la madurez genital” (10)

No soy un radical anti-cirugía; creo que la cirugía cosmética es algunas veces una necesidad. Pero se engaña a la gente cuando se afirma, como se puede leer en varias de las propagandas que figuran en Internet que se trata de “la cirugía del placer”.

Sexo y Sexualidad

Me referí antes a estructuras anatómicas genitales, pero al discurrir mencioné aspectos que claramente implican conductas. Esto significa incursionar en sexualidad. Es que, en los humanos, la sexualidad es el aspecto más vasto y significativo del “sexo”.

La OMS establece que sexualidad “abarca al sexo, las identidades, y los papeles de género, el erotismo, el placer, la intimidad, la reproducción y la orientación sexual. Se vive y se expresa a través de pensamientos, fantasías, deseos, creencias, actitudes, valores, conductas, prácticas, papeles y relaciones interpersonales. La sexualidad puede incluir todas estas dimensiones, no obstante, no todas ellas se viven o se expresan siempre. La sexualidad está influida por la interacción de factores biológicos, psicológicos, sociales, económicos, políticos, culturales, éticos, legales, históricos, religiosos y espirituales". (11) Pero ¿cómo se establece “normalidad” y como se fijan “límites” para identidades, género, erotismo, placer… ¡29 dimensiones!?

Sin embargo, cuando veo desgracias asociadas en forma espuria a sexualidad, no puedo evitar pensar que deben existir límites. Y que es necesario buscarlos, encontrarlos, definirlos, aunque no sean estrictamente precisos, porque la salida fácil: “no existen límites” conduce a muchas de las atrocidades que con demasiada frecuencia vemos.

Derechos y Límites

Una de las soluciones para establecer límites, parece ser recurrir al sustento en los derechos. El siglo XX fue época de consolidación del criterio de Derechos Humanos. Aunque las raíces del concepto se pueden rastrear en épocas muy anteriores, lo cierto es que a partir de la Proclamación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (DUDH) por las Naciones Unidas, durante la Asamblea General del 10 de diciembre de 1948 (12), las naciones del mundo reconocen que existen derechos que son, prácticamente, actos de fe. Aunque el sentido teológico de esta última afirmación parezca descolgado de la argumentación que desarrollo, considérese el Preámbulo de la DUDH: “[…] los pueblos de las Naciones Unidas han reafirmado en la Carta su fe (énfasis mío) en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona humana y en la igualdad de derechos de hombres y mujeres [por lo cual] todos los pueblos y naciones deben esforzarse, a fin de que tanto los individuos como las instituciones […] promuevan, mediante la enseñanza y la educación, el respeto a estos derechos y libertades, y aseguren, por medidas progresivas […] su reconocimiento y aplicación universales y efectivos […]”.

Vuelvo a los actos de fe. Su proclama es la de ideales. Si se prefiere, de utopías, aunque no es el sentido político del término, sino el más amplio de “Plan, proyecto, doctrina o sistema optimista que aparece como irrealizable en el momento de su formulación”. (1)

No discuto la importancia de visualizar ideales como objetivo final, aun cuando se crea que en su forma perfecta es irrealizable. Si se conceptualiza un camino desde el lugar actual, cada paso de aproximación al ideal es una mejoría. Veamos, entonces, la enunciación de ideales contenida en la DUDH.

Artículo 16.

  1. Los hombres y las mujeres, a partir de la edad núbil, tienen derecho, sin restricción alguna por motivos de raza, nacionalidad o religión, a casarse y fundar una familia, y disfrutarán de iguales derechos en cuanto al matrimonio, durante el matrimonio y en caso de disolución del matrimonio.
  2. Sólo mediante libre y pleno consentimiento de los futuros esposos podrá contraerse el matrimonio.
  3. La familia es el elemento natural y fundamental de la sociedad y tiene derecho a la protección de la sociedad y del Estado.

Artículo 29.

  1. Toda persona tiene deberes respecto a la comunidad, puesto que sólo en ella puede desarrollar libre y plenamente su personalidad.
  2. En el ejercicio de sus derechos y en el disfrute de sus libertades, toda persona estará solamente sujeta a las limitaciones establecidas por la ley con el único fin de asegurar el reconocimiento y el respeto de los derechos y libertades de los demás, y de satisfacer las justas exigencias de la moral, del orden público y del bienestar general en una sociedad democrática.
  3. Estos derechos y libertades no podrán, en ningún caso, ser ejercidos en oposición a los propósitos y principios de las Naciones Unidas.

Seguimos en el terreno de los ideales. Si se quiere, de los buenos ideales, ya que, aunque parezca una contradicción, existen malos ideales. Basta pensar en algunas de las atrocidades que se ven en el mundo de hoy, practicadas en nombre de la voluntad divina, de principios superiores, o de lo que se quiera, definidos por algún grupo que se arrogó el derecho de establecer que ellos son “la vanguardia” o cualquier otro tipo de iluminados (y no estoy haciendo referencia a ideologías políticas, sino a cualquiera).

Lejos de mi intención renegar de ideales, y mucho menos de derechos, en especial de los humanos. La DUDH, así como todos sus antecedentes, han sido jalones en un camino de mejoría de la calidad de vida y en especial de la dignidad humana. No se trata de una obra concluida. Seguramente surgirán precisiones y ajustes, necesarios para progresar. Pero, además, será necesario ajustar los mecanismos que garanticen que los enunciados se concreten en prácticas.

Es al llegar a la cuestión de las prácticas cuando resulta clara la diferencia entre los derechos humanos y otro tipo de derechos. Se pueden establecer criterios de protección para el medio ambiente, para los animales, para los patrimonios de la humanidad… pero a ninguna de esas entidades se le puede exigir nada a cambio. Por el contrario, a los humanos se nos puede –es más, se nos debe– exigir responsabilidades. Lo que caracteriza a los derechos propiamente humanos es que conllevan deberes. En ese caso, los derechos no son concesiones por gracia, dádiva o generosidad; son inherentes a la naturaleza humana. Y esto exige responsabilización.

La búsqueda de límites que permitan aproximarse a lo que es normal (en el sentido de límites) en sexo –y por supuesto en sexualidad– no resulta baladí. No estoy realizando un ejercicio teórico por mera inquietud intelectual. Estoy profundamente preocupado por algunas de las consecuencias que se ven en la práctica clínica con adolescentes, y que en buena medida se generan en la seudo-explicación de que “la sociedad”, o “los adultos”, son (somos) retrógrados, represores, o abiertamente despóticos.

La anterior mención a la práctica clínica me permite seguir por un camino que, como a la mayor parte de los médicos prácticos, nos resulta más familiar y cómodo: el de los síntomas y signos. Tolstoi, en “Ana Karenina” escribió: “Todas las familias felices se parecen unas a otras; pero cada familia infeliz tiene un motivo especial para sentirse desgraciada”, o como aparece en otra traducción: “Las familias felices son todas iguales; cada familia infeliz es infeliz a su manera”. Cuando oigo a jóvenes hablar sobre la ganada libertad en la expresión y en el ejercicio de su sexualidad me acuerdo de la primera parte de esas frases. Oigo siempre lo mismo, los derechos ganados, la libertad conquistada, la legitimación de una dimensión vital sana y disfrutable. Lo comparto, creo que efectivamente es así.

Pero cuando veo a una adolescente pequeña descubriendo que está embarazada, o que tiene una infección de transmisión sexual, frente a lo cual sólo logra exclamar “¡no sé cómo ocurrió!”, veo asimismo la soledad de su “infelicidad”. Cuando oigo a una madre pidiendo ayuda porque ha descubierto que su hija está participando en “ruletas rusas” sexuales, veo el yermo de su “motivo especial para sentirse desgraciada”.

Si se reflexiona con mente fría sobre por qué ocurren estas cosas es posible que haya que terminar aceptando que, si se ha superado la edad legal para consentir en mantener una relación sexual, no se estará violando la ley. Pero no dejará, por eso, de ser, en algunos casos, una vileza. Lo legal no necesariamente es moral. Porque ¿se tratará realmente de una “relación”? ¿O sería mejor decir llanamente abuso? ¿Cuántas de las dimensiones que abarca la definición de la OMS están expresándose en esa interacción? No voy a extenderme en analizar una a una las 29; solamente destacaré: “papeles de género” (tan presente cuando se piensa en violencia), “deseos” (¿de quién? ¿Son “parejos” y mutuamente respetuosos de los involucrados?). “relaciones interpersonales” (¿teniendo en cuenta que alguno de los “inter…” tiene más poder, y lo ejerce?), “factores sociales, económicos, políticos” (que casi siempre confieren mayor cuota de ese poder). Con eso alcanza.

Goethe se refirió a la adolescencia como: Jugend ist Trunkenheit ohne Wein (La juventud es ebriedad sin vino). (13) Precisamente, el estado natural de mayor excitación sexual de la adolescencia es un fenómeno natural y saludable. Pero no está exento de extralimitaciones (la “ebriedad...”). Solo la educación puede conducir a la convicción y compromiso de ser cuidadosos de los derechos de otros -en especial otras- y a la responsabilización de actos y posibles consecuencias.

Es también experiencia cotidiana oír quejas tales como “¿por qué los adolescentes son así?”, “¡que tienen en la cabeza!”. Me asombra la facilidad con la cual los adultos nos olvidamos de lo que fuimos y lo que se nos atravesó en la cabeza en nuestra propia adolescencia. Me sorprende que sigamos desconociendo que la experiencia y la prudencia que se gana en la vida se construyó muchas veces sobre tropiezos y revolcones.

El sano impulso sexual en la adolescencia, eufemísticamente llamado “amor a primera vista”, es una de las razones para las breves, a veces brevísimas, relaciones “eternas” entre adolescentes. Debería ser hora de que los adultos llamemos a las cosas por su nombre y que aceptemos que el “deseo a primera vista” es un motor extremadamente poderoso. Pero que, a la vez, es sano y saludable. Que se decida expresarlo en acción, o reprimirlo, es una opción personal, y sólo se puede optar cuando se conoce, cuando se fue educado, cuando se inculcaron valores y se admitió la legitimidad de aceptarlos o rechazarlos. Pero más todavía, cuando se enseñó, incrustándolo en la mente, que la aceptación o el rechazo rigen para las propias opciones, pero no para imponerlas como verdades a otros, o mejor –ya que suele ser así– a otras.

Existe todavía una especie de contra-educación que lleva a muchas adolescentes mujeres a creer que es más hombre el que “conquista” y que ingresan en una aceptación de ser conquistadas por las características más rudas de algún varón, un paso previo a la dominación y la violencia.

Es hora de aceptar que la mayor parte de los factores que distorsionan y vuelven peligrosas las conductas de los jóvenes, no provienen necesariamente de ellos mismos, sino de adultos que lucran u obtienen otros tipos de provechos con ello. Estamos viviendo en sociedades altamente sexualizadas. Es importante que este concepto sea entendido en su justo término. No me refiero al hecho de que existe más información sobre sexualidad y mayor acceso a la misma. Tampoco a la mayor aceptación de la legitimidad de optar por la conducta sexual que se quiera. Creo que en ese sentido ha habido un cambio positivo y legítimo. Mi énfasis se dirige hacia el hecho de que se ha banalizado la dimensión humana de la sexualidad para transformarla en un objeto más de consumo, y además descartable. Y cuando ocurre eso, tiramos por la borda la noble idea de “sexualidad” y nos quedamos con el mero sexo. Ni siquiera me animo a calificarlo de animal, porque los animales machos tienen sexo cuando la hembra está receptiva. El varón, el macho humano, tiene sexo a veces cuando la mujer también lo quiere, y otras –demasiadas– cuando se le antoja, aunque la mujer no lo desee, o cuando a la mujer se le ha hecho creer que “gana” al participar, aunque no lo desee realmente. Lo mismo vale para relaciones entre personas del mismo sexo biológico.

El problema es que lo que se descarta, es demasiadas veces a la persona que se involucró en sexualidad creyendo que estaba ejerciendo su libertad. Y esto, la enorme mayoría de las veces, les ocurre a mujeres, mientras que son varones los que descartan, cuando surgen problemas.

La sexualidad no es una prenda que alguien se ponga y se quite a voluntad, sustituyéndola por una nueva según la moda vigente. Si el peinado que estoy usando pasó de moda, o comienza a parecer ridículo, lo cambio por otro y punto. Si la práctica sexual que ejecuto “ya no se estila” no habrá detergente que elimine por completo las “manchas” que dejó. No estoy pensando solamente en el hijo que nace después de una noche de sexo, drogas y rocanrol (¿por qué las drogas tendrán que aparecer como condición para disfrutar de la sexualidad y de la música?), ni en el tratamiento de por vida de un VIH que no se sabe bien quién contagió, ni en la sexualidad disfuncional a consecuencia del recuerdo de una violación grupal. Pienso también en el estigma y otras consecuencias de prácticas como el cyberbullying, el sexting, el grooming y una montaña de anglicismos que crece día a día, para referirse a formas distorsionadas de acoso y sumisión con finalidad en la que el sexo es la pantalla para la violencia.

Creo que a la mayor parte de la gente estas conductas groseramente agresivas les resultan despreciables. Pero también creo que la justificación es más generalizada de lo que se admite: “se lo buscó”, o peor, “se lo merecía”. Es que, pese al pregón cotidiano sobre derechos, parece obnubilarnos la tendencia a llevar los límites de la sexualidad, hasta el punto de que la capacidad de juicio sano se aletarga. Si esto suena a exageración, valdrá la pena analizar algunos ejemplos cotidianos y tratar de ver sus sustratos, no siempre ostensibles.

Sociedades altamente sexualizadas

Esto no hace referencia al hecho de que existe mayor información sobre sexualidad (buena o mala) y mayor acceso a la misma. Reprimir la información, aunque sea mala, es una forma de censura contraproducente. Lo único que permite que cada uno la considere mala es tener buena información, y mejor buena educación. Del mismo modo, no cabe duda de que algunos adolescentes de ambos sexos (y adultos también) incurren en conductas de riesgo, pero la decisión, aunque pueda doler, deberá aceptarse si se opta teniendo información suficiente y si con esa conducta no se avasalla el derecho de otros.

La liberalización del ejercicio de la sexualidad, aceptando que cada ser humano tiene derecho a ser árbitro de su propia sexualidad, un criterio que comparto plenamente, no se ha acompañado, salvo excepciones, de mejor educación en sexualidad, más amplia información en valores, respeto y responsabilidad, particularmente de los varones.

Cuando falta esta última y necesaria contrapartida, ocurren hechos negativos, bien documentados. En 2015 un extenso estudio sobre determinantes de bullying y agresión física entre adolescentes en 79 países, mostró que Uruguay y Argentina ocupan un lugar intermedio entre los países de la región. (14) Esto puede entenderse como positivo, estamos mejor, ¿o cabe aquí la otra mirada: “menos peor”? Porque los datos sobre violencia contra mujeres adolescentes siguen siendo alarmantes en ambos países. (15, 16)

El bombardeo de pésima información sobre sexualidad precipita a muchos jóvenes de ambos sexos a experimentar los riesgos que la adecuada educación podría haber evitado, o al menos minimizado. Esto ha sido estudiado y demostrado para la exposición a letras musicales degradantes, (17) escenas sexuales en televisión (18) y otras situaciones en las que no es necesario abundar. Los medios de comunicación han establecido una visión romántica de la juventud, como tiempo de libertad, de placer y de expresión de comportamientos "exóticos”. Pero esos medios, salvo pocas excepciones, son controlados por adultos. Esos medios, al tiempo que proclaman la libertad de elección que tienen los jóvenes, colocan vendas en los ojos de quienes creyendo mirar “en la dirección que elijo” en realidad han sido condicionados para mirar y consumir lo que se les presenta.

Otro factor que vuelve a los adolescentes más vulnerables es la separación de su grupo familiar, condicionada por causas cuyo análisis excede mi propósito. Los adolescentes actuales integran grupos con sus pares con mucha mayor frecuencia que en el pasado. Y estos grupos se vuelven su mayor ámbito de socialización.

Esto, por sí mismo, no es negativo. Pero se sesga hacia riesgos potenciales cuando algunos integrantes imponen condiciones de conducta, como requisito para la aceptación en el grupo. Algunos primatólogos como Nicholas Humphrey y psicólogos como Frans de Waal describieron conductas entre los chimpancés que asimilaron a algunas de las teorías de Nicolás Maquiavelo. Byrne se extendió en describir la “inteligencia maquiavélica” entre primates y humanos (19,20) y Lancy explica: “Como el crecimiento del cerebro humano fue conducido [evolutivamente] por la necesidad de adaptarse y sobrevivir en medio de […] grupos sociales, los individuos exitosos serán los que actúen maquiavélicamente: manteniendo los lazos sociales con […] el grupo, y aprovechándose de algunos miembros, para obtener beneficios propios […] incluyendo oportunidades de apareamiento”. (21) La última parte merece detenimiento.

La Inteligencia Maquiavélica

Los adolescentes de ambos sexos necesitan integrarse en grupos que consideran propios. Esto es natural y parte del proceso de progresiva desvinculación de los lazos estrechos con el pequeño grupo familiar, para incorporarse a una vida social más extensa. Pero esa necesidad de ser aceptados en sus grupos determina mayor vulnerabilidad, en particular en las mujeres. Ellas son, con mayor frecuencia, las víctimas de bullying, acoso y agresión, llegando a veces a violencia extrema. Los varones no están exentos, pero la frecuencia en que lo sufren es mucho menor.

El proceso de aceptación adopta muchas veces las características de una verdadera “iniciación”. En esos casos, para ser aceptada la candidata debe acatar las condiciones que impone el grupo, o sufrir las consecuencias (rechazo o bullying). La iniciación implica, muchas veces, participar en actividades sexuales, decididas y lideradas por los varones más prepotentes, que muestran desde muy jóvenes las características sociológicas de “machos alfa”.

Un factor no menor, que contribuye a que las adolescentes acepten terminar siendo objetos sexuales, es la seudo-madurez socialmente inducida. Basta ver las imágenes sexualizadas de jóvenes púberes (a veces prepúberes) que circulan en cualquier medio de comunicación de alcance masivo.

¿Estamos criando sociedades de abusadas y abusadores?

Como contracara de la cultura infamemente manipuladora a la que aludí antes, es un hecho que en gran medida seguimos criando a los varones para “conquistar”, lo cual conduce a utilizar violencia psicológica, física o sexual para lograr sus propósitos. Este riesgo potencial se agrava cuando se suma un fenómeno biológico, como es la menarca. Un estudio chileno demostró que el abuso sexual se presentaba en 26,0% de adolescentes con menarquia temprana contra 21,4% en el de menarquia no temprana. El inicio de actividad sexual antes de los 15 años se presentó en un 39,4% y en 22,3% de adolescentes con menarquia temprana y no temprana respectivamente. (22) Admitiendo que estas últimas cifras podrían corresponder a inicio consensuado y libre de actividad sexual, es lícito preguntarse -dado que el estudio no lo analizó- si la menarquia no es un disparador, en las adolescentes mujeres, de conductas insinuantes irreflexivas y de respuestas abusivas de parte de varones.

No es este el lugar para profundizar en la idea de transmisión cultural, pero someramente, vale tener en cuenta la opinión de Roberts: “Es posible considerar toda cultura como información y ver a cada cultura individual como una «economía de la información» en la cual [está] es recibida o creada, almacenada, extraída, transmitida, utilizada e incluso perdida […] en la mente de [sus] miembros […]”. (23) Las formas de transmisión de las ideas y conocimientos que dan forma a un acervo cultural, admiten variaciones según cada cultura, pero el patrón común es, precisamente, la transmisión de “saberes” de una generación a otra.

Kaplan y colaboradores agregan: “A medida que un niño ingresa en su adolescencia, y se incorpora a nuevas comunidades, se le presentan nuevos «modelos». Deberá entonces decidir si «sigue al rebaño» como conformista, o adhiere a un modelo con alto estatus de popularidad”. (24)

Muchos teóricos evolucionistas consideran que, en humanos, el prolongado período de semi-dependencia y la demorada instalación de la pubertad y del emparejamiento proveen un entorno educativo protector. El modelo adaptativo humano requiere adquisición gradual de un complejo conjunto de habilidades progresivamente exigentes.

En las sociedades tradicionales actuales, los novicios aprenden de la observación de los mayores y de la práctica sistemática. El intercambio verbal durante el proceso es prácticamente inexistente. Esta forma de aprendizaje es denominada procesal (de procedimiento; cómo hacer las cosas). En cambio, en muchas de las sociedades actuales, el currículo de conocimiento que se espera que los jóvenes adquieran está compuesto por información declarativa (alguien explica y los que aprenden incorporan nociones, correctas o no).

Sin embargo, la educación procesal resulta más interesante a la mayor parte de los jóvenes. La comprensión no solo de este interés sino de los mejores resultados de aprendizaje cuando se combina información con actividad práctica, ha conducido a metodologías de enseñanza más adecuadas.

En relación al tema de este artículo, una dificultad que no ha sido resuelta es cómo se educa en “cómo hacer” en sexualidad. En muchas de las sociedades que llamamos primitivas, la enseñanza en este sentido es también procesal, siguiendo tradiciones milenarias. En las culturas mesoamericanas clásicas, el sexo era un elemento reafirmador del orden social y un elemento más en la formación de los jóvenes. La masturbación ritual era frecuente y las relaciones entre miembros del mismo sexo eran propias de los ritos de pasaje para convertirse en adultos. (25) Sería excesivo detenerme en los ritos de pasaje documentados para varias sociedades, en los cuales el componente sexual es relevante.

En las sociedades actuales, al menos las occidentales, se considera inmoral este tipo de educación. No es mi interés discutir este punto, pero sí señalar la hipocresía de inundar a nuestros niños y jóvenes con todo tipo de estímulos fuertemente sexualizados, y al mismo tiempo cuestionar la educación sexual por razones pretendidamente fundamentadas en la moral. Es así como se generan vehementes polémicas como la reciente, en Uruguay, por la difusión de videos de contenido sexual, subidos por una maestra de sexto año de educación primaria a la red TikTok, que llegó a sus alumnos y a los padres. La polémica se centró entre la libertad de expresión, aducida por la docente, y la insistencia en la obligación de los docentes de guardar determinados cuidados porque una maestra es una agente socializadora que transmite modelos de conducta. (26) El tema está lejos de ser zanjado y las polémicas continuarán, seguramente, entre argumentaciones jurídicas y éticas.

No debemos ser ingenuos, seguirán existiendo adolescentes seducidos por lo que valoran como modelos. Nuestro deber -insisto- es intentar que quienes así lo decidan, sean conscientes y responsables de lo que hacen. Y que evitemos que otros u otras sean seducidos solo por seguir la moda de los tiempos, o la presión de grupos.

En el sentido en que he venido desarrollando estas reflexiones ¿somos hoy peores, iguales o mejores que sociedades anteriores? No tengo respuesta, y en verdad no me importa investigarlo; saberlo no cambiará la realidad. Sé que vivimos en sociedades altamente sexualizadas; sé que los niños y jóvenes están expuestos a un verdadero bombardeo de mala información; sé que lo que se ha hecho para protegerlos no ha sido suficiente en muchos casos. Sé que la explotación, el abuso, el atropello de derechos y el pisoteo de la dignidad humana seguirán agobiándonos. ¿Significa esto que quienes transitamos la etapa de la vida que, piadosamente, se llama tercera edad, debemos bajar los brazos en señal de impotencia?

Correr riesgos y experimentar es propio de la adolescencia. Los adultos debemos asumir nuestra culpa por no haber sido capaces de ayudar a los adolescentes a ganar autonomía. De nada vale que se declare respeto a la autonomía progresiva, si no entendemos que ella no crece en el espíritu de los jóvenes solo por el desarrollo biológico y cognitivo, porque este último está fuertemente moldeado por condicionantes sociales y culturales, demasiadas veces sesgados por intereses no necesariamente legítimos.

Como antes dije, no soy quién para definir límites, lo cual no impide que crea que alguna vez se logrará el objetivo de equilibrar con justicia libertad y responsabilidad. Cada obstáculo con el que se tropezó permitirá encontrar como salvarlo y así avanzar un poco. Seguramente lo harán quienes nos sigan. Pero si en algo nosotros contribuimos a identificar, definir, proponer pasos alternativos hacia el logro de la verdadera autonomía, habrá valido la pena.

Referencias bibliográficas

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(*) Miembro Titular de la Academia Nacional de Medicina, Uruguay.
Ex-Profesor Titular de Ginecotocología, Facultad de Medicina, Universidad de la República, Montevideo.
Institución: Sociedad Uruguaya de Ginecología de la Infancia y la Adolescencia (SUGIA)
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